EL ORIGEN DEL AMAZONAS
Hace muchísimos años había muy poca agua en la selva, pues todavía no existían los ríos, ni los arroyos, ni las lagunas y apenas llovía.
Por aquel entonces vivian en la selva dos hermanos mellizos con sus abuelos. El único que sabía de dónde extraer el agua era el abuelo pero a nadie le decía.
Todas las mañanas el abuelo les hacía cargar cántaros llenos de agua hasta la casa para que la abuelita pudiese cocinar. Pero un día cansados de cargar agua, los mellizos decidieron averiguar de dónde la sacaba el abuelo.
El mayor de los hermanos se convirtió en picaflor y siguió al abuelo cuando se fue a bañar. Vio entonces que un gran chorro de agua salía de un árbol muy frondoso llamado lupuna. ¡Por fin había descubierto el secreto del abuelo!
Entonces los hermanos reunieron a todos los animales de la selva para que los ayudasen a cortar el árbol.
Todos aceptaron, y después de un día de trabajo, cuando faltaba muy poco para que la lupuna cayese a tierra, decidieron ir a descansar. Pero a la mañana siguiente encontraron el árbol sano y entero.
El segundo y tercer día sucedió lo mismo. El árbol siempre aparecía entero al amanecer, como si no le hubiesen hecho nada.
Entonces, cuando otra vez el árbol estaba casi talado, el menor de los hermanos se convirtió en alacrán y picó al abuelo en el dedo gordo del pie.
El inmenso árbol cayó al suelo y toda la selva retumbó.
El agua empezó a brotar en grandes cantidades, y el tronco del árbol se convirtió en un gran río. Sus numerosas ramas se transformaron en sus afluentes, quebradas y riachuelos. Las hojas y las espinas se convirtieron en diferentes peces, que actualmente viven en ríos de la selva.
Y así dicen que nació el río más caudaloso del mundo y el más largo de América: el gran rio Amazonas.
Por aquel entonces vivian en la selva dos hermanos mellizos con sus abuelos. El único que sabía de dónde extraer el agua era el abuelo pero a nadie le decía.
Todas las mañanas el abuelo les hacía cargar cántaros llenos de agua hasta la casa para que la abuelita pudiese cocinar. Pero un día cansados de cargar agua, los mellizos decidieron averiguar de dónde la sacaba el abuelo.
El mayor de los hermanos se convirtió en picaflor y siguió al abuelo cuando se fue a bañar. Vio entonces que un gran chorro de agua salía de un árbol muy frondoso llamado lupuna. ¡Por fin había descubierto el secreto del abuelo!
Entonces los hermanos reunieron a todos los animales de la selva para que los ayudasen a cortar el árbol.
Todos aceptaron, y después de un día de trabajo, cuando faltaba muy poco para que la lupuna cayese a tierra, decidieron ir a descansar. Pero a la mañana siguiente encontraron el árbol sano y entero.
El segundo y tercer día sucedió lo mismo. El árbol siempre aparecía entero al amanecer, como si no le hubiesen hecho nada.
Entonces, cuando otra vez el árbol estaba casi talado, el menor de los hermanos se convirtió en alacrán y picó al abuelo en el dedo gordo del pie.
El inmenso árbol cayó al suelo y toda la selva retumbó.
El agua empezó a brotar en grandes cantidades, y el tronco del árbol se convirtió en un gran río. Sus numerosas ramas se transformaron en sus afluentes, quebradas y riachuelos. Las hojas y las espinas se convirtieron en diferentes peces, que actualmente viven en ríos de la selva.
Y así dicen que nació el río más caudaloso del mundo y el más largo de América: el gran rio Amazonas.
LEYENDA DEL DELFÍN ROSADO
En
los ríos de la selva amazónica suele presentarse a los pescadores
nativos y a los forasteros, el espíritu de una misteriosa y bella mujer
que atrae y encandila con su canto. Pero su presencia aturde, porque en
realidad es un animal.
Cuenta la leyenda
que una bella joven llamada Yarina se embelesó con un amor prohibido;
por eso, desolada, se entregó al demonio del río recibiendo la maldición
de cantar eternamente y de capturar a las almas de los incautos. Desde
entonces, suele enloquecer al hombre presentándose como una atractiva
mujer, que en realidad es el delfín rosado.
MITO DEL AMAZONAS
Hace mucho tiempo, el Sol se enamoró
de una bella mujer. Poco después nació el hijo de esta unión, que
recibió el nombre de Yaruparí.
El niño fue separado de su madre por consejo de los Payés o sabios.
Ellos
sabían qué era lo mejor para el niño. Fue así como creció entre los
hombres aprendiendo los ritos más importantes. Pasó el tiempo, él llegó a
ser un hombre adulto, volvió a su tribu y le convirtieron en su jefe,
en una ceremonia en la que le entregaron una piedra cilíndrica, símbolo
del poder. Yaruparí comenzó a gobernar, su primera labor fue organizar
a la comunidad y asignar las tareas de los hombres y de las mujeres.
Estas tareas no permitían que se mezclaran los hombres y las mujeres.
Cada grupo debía realizarlas de manera independiente.
Cuando
Yaruparí se reunía con el pueblo, encabezaba todos los ritos, pero las
mujeres no tenían derecho a conocer los secretos de cada ceremonia.
Un
día, las mujeres decidieron observar en secreto el rito. Yaruparí se
dio cuenta y decidió castigarlas; además, se encerró en una casa de piedra que él mismo construyó para que no lo vieran.
También
decidió castigar a los hombres por el error que cometieron las mujeres.
Fue entonces cuando los hombres y las mujeres sintieron que tenían que
unirse y dialogar para evitar sufrir más injusticias, y castigaron al
jefe Yaruparí.
Yaruparí murió
quemado con hojas de Iguá, que era lo único que le podía hacer daño.
Pasaron los días y de sus restos comenzaron a salir luces de distintos
colores que volaban en todas las direcciones, eran los espíritus
malignos que se posesionaron en los corazones de los hombres del pueblo. A partir de este momento ellos, otra vez, decidieron separarse de las mujeres.
La primera muestra de su separación fue elaborar, en secreto, instrumentos musicales de huesos, en especial flautas, que sólo podían tocar ellos y no ellas.
Un día, las mujeres decidieron tomar los instrumentos y aprendieron a tocarlos sin ayuda alguna.
Poco
a poco, asumieron el poder e impusieron a los hombres hacer las tareas
que estaban determinadas sólo para ellas y, lo más curioso, ellos debían
cumplir una de las funciones biológicas específicas de las mujeres.
Los hombres pensaron que lo mejor sería dialogar otra vez con las mujeres y llegar a un acuerdo.
A partir de ese momento, tanto las mujeres como los hombres tuvieron los mismos derechos y también las mismas responsabilidades.
Volvió la armonía, hombres y mujeres tocaban la flauta y nació un pueblo diferente, alegre, tranquilo y justo.
AYAYMAMA
Hace muchos siglos, en la espesura de la selva, en los márgenes de un afluente del río Napo, que desemboca en el Amazonas, existía la tribu Secoya, del cacique Coranke. Los indígenas de esa zona vivían en cabañas de tallos de palmeras, techados con hojas de la misma planta.
El
cacique Coranke tenía una hermosa esposa llamada Nara y una hijita, a
quienes amaba con toda el alma. El era un hombre muy valiente y fuerte, continuamente estaba en la selva cazando y guerreando. Tenía una puntería extraordinaria, donde ponía el ojo clavaba la flecha.
Nara era muy trabajadora,
su cabellera lucía la negrura del ala del paujil y su piel la suavidad
del cedro pulido. Era experta en hacer túnicas y mantas de hilo de
algodón, conocía el arte de trenzar hamacas, modelaba ollas y cántaros
de arcilla. Cultivaba maíz, yuca y plátanos en una chacra cerca a su cabaña.
Su hijita muy pequeña tenía la belleza de Nara, era una hermosa flor de la selva.
El genio maligno de la selva, el
Chullachaqui, con figura de hombre, pero con un pie humano y una pata
de cabra, era el azote de los indígenas y de los cazadores
blancos que se internaban en la selva para extraer el caucho o para
cazar lagartos y anacondas, de los cuales aprovechaban sus pieles. Los cazadores
eran ahogados por el Chullachaqui en las lagunas o ríos, o también los
extraviaba en la selva y los hacía atacar por medio de las fieras
salvajes.
Un día, el genio malo paso cerca
de la casa de Coranke y al ver a Nara se enamoro de ella, y se
convirtió en pájaro. Con esta apariencia pudo estar cerca a su amada;
pero pronto se canso de esta situación, entonces se internó en la selva
mato a un indígena para quitarle su túnica con la cual se vistió, ésta
le cubría todo el cuerpo. Luego a un niño le quito su canoa y se dirigió
a la aldea de Coranke. Al ver a Nara le declaro su amor, pero ella no
lo acepto porque amaba a su esposo; Chullachaqui le rogo y le lloro pero
ella no cedió, todo cabizbajo se retiro a su canoa y se perdió en las
aguas del río.
Nara observo que una de las
huellas de la pisada del hombre era la de una cabra y por eso se dio
cuenta que se trataba del Chullachaqui, sin embargo le oculto lo
ocurrido a su esposo.
Después de seis meses se
apareció en la aldea un hombre adinerado, vestía una lujosa túnica,
tenia adornada la cabeza con vistosas plumas y con grandes collares en
el cuello, fue con dirección a la cabaña de Nara. Al verla le declaró su
amor y le ofreció mil regalos, diciéndole: "Ven conmigo y todo será
tuyo". En una mano el maligno tenía un guacamayo blanco y en la otra un
paujil.
Nara sigilosamente había
observado las huellas de este personaje y se dio cuenta de que se
trataba de Chullachaqui. Serena le respondió: "Veo que eres poderoso,
pero por nada del mundo dejaré a Coranke".
El Chullachaqui furioso dió un grito y salió la anaconda del río; dio otro grito y apareció el jaguar del bosque.
- ¿Ves? - le dijo el maligno -
yo mando en toda la selva, todos los animales me obedecen, te matare si
no vienes conmigo. - No me importa - respondió Nara.
- Mataré al cacique Coranke.
- El preferiría morir – replicó Nara.
-
Te podría llevar a la fuerza ahora, pero serias infeliz conmigo.
Volveré dentro de seis meses y si te rehúsa te mandaré un castigo más
grande.
El Chullachaqui se retiró con sus dos animales, sus regalos y se subió a la canoa, navegando río abajo.
Cuando regresó Coranke de la
cacería, Nara le contó lo sucedido. Este decidió permanecer en su casa
hasta el regreso de Chullachaqui. Coranke templó un arco y comenzó a
rondar por los alrededores de la cabaña.
Pasados otros seis meses el malvado se apareció intempestivamente le dijo a Nara:
"Ven
conmigo, es la última vez que te lo pido. Si no vienes convertiré a tu
hija en un pájaro, que se quejará eternamente en el bosque y será tan
arisco que nadie podrá verla; pues el día en que sea vista, el maleficio
acabará tornándola a ser humano".
Pero Nara, en vez de ir con él,
comenzó a gritar a grandes voces: "¡Coranke!, ¡Coranke!". El cacique
llegó inmediatamente, templó el arco y colocó la flecha enseguida,
dispuesto a atravesar el corazón del Chullachaqui; pero este,
desgraciadamente, había desaparecido en la espesura de la selva. Coranke
y Nara corrieron hacia el lugar donde dormía su hijita pero encontraron
la hamaca vacía. Desde el interior de la selva, escucharon por primera
vez el lastimoso alarido: ¡Ay, ay, mama! que dió nombre al ave
hechizada.